En esta página lo encontrarás todo sobre el maquillaje victoriano: Una guía con todos los secretos del maquillaje de época victoriana, un tutorial histórico con productos de la época, un montón de productos originales de maquillaje victoriano para colección, y también productos actuales 100% seguros, basados en las recetas históricas.
- Borlas para polvera
- Perfumadores
- Polvos y sales de baño
- Más cosméticos victorianos
- Atrapalágrimas, colirios y perfumadores
- Cosméticos actuales basados en recetas victorianas
- Productos actuales de maquillaje victoriano
- Pinceles, brochas y espejos
- Colorete y pintalabios
- Complementos para el peinado
- Tutorial de maquillaje victoriano: Maquillarse como la Reina Victoria
La obsesión por la piel blanca
La piel blanca y el rubor en zonas muy concretas fueron dos de las grandes obsesiones cosméticas de las mujeres victorianas, comunes en la historia del maquillaje europeo. Afectaban a todos los ámbitos sociales, y hacían que incluso las campesinas se protegieran del sol mientras ataban haces de trigo, alimentaba a los animales o sembraban.
Un bucólico paseo por campo se convertía en un derroche de transparencias y juegos de sol y sombra para las damas victorianas. Armadas con sombrillas, chales de encaje, viseras, guantes de red y mucho ingenio, conseguían flotar bajo sus cancanes sin que el sol llegase a posarse sobre ellas.
Borlas de pluma de cisne para polveras
Perfumadores de vidrio tallado y soplado
Polvos y sales de tocador victoriano originales
Productos de belleza victorianos originales
Brillar con luz propia

Una tez delicada, casi transparente y siempre luminosa fue uno de los requisitos de belleza más atemporales durante la historia de Europa, incluso desde antes de los romanos. La mitología germánica y de los pueblos escandinavos ya menciona la piel blanca como un rasgo positivo, que estaba más allá de cuestiones racistas.
Los descubrimientos de Marie Curie y otros investigadores del momento, el desarrollo de la iluminación y otros avances despertaron en la sociedad de la época una auténtica fascinación por todo lo que desprendía su propia luz: uranotipos en fotografía, agua medicinal y remedios farmacéuticos a base de radio, maquillaje radioactivo que brillaba en la oscuridad…

El ideal de la piel nacarada en el maquillaje victoriano
La moda imperio y el gusto neoclasicista con que había comenzado el siglo XIX hizo que muchas mujeres tomasen como referencia las esculturas de mármol conservadas desde la Antigüedad Grecorromana. Para ver exactamente a qué nos referimos, no tienes más que echar un vistazo a algunas de las esculturas más famosas de Canova.

Todo lo que necesitas para mantener tu tez pálida
Las mujeres recurrieron a todo tipo de “remedios” cosméticos, nutricionales y físicos para lograr tener un aspecto casi enfermizo, basado en una piel pálida pero tersa con color en zonas como labios, mejillas y párpados. Los más radicales iban desde el maquillaje con blanco de albayalde hasta complementos alimenticios destinados a provocar las peores anemias, y los más inocuos se basaban en crear zonas de sombra a su paso.

Cómo mantener los rayos de sol a raya
Cuatro de los complementos victorianos más importantes a la hora de preservar la piel blanca fueron las sombrillas, las prendas para cubrir el dorso de la mano y el antebrazo, los abanicos y por supuesto los tocados para proteger el rostro y el cuello. A continuación damos un repaso a las características generales de todos ellos:
1. Las sombrillas victorianas: parasoles de lujo
Paraguas y sombrillas victorianos eran uno de los más potentes indicativos sociales que se podían usar. Cualquier dama que se preciase no salía de casa sin su sombrilla, una auténtica joya compuesta a base de encajes, bordados, sedas, marfiles y pasamanerías.
Su diseño estaba pensado para que resultasen ligeras y pudieran dirigir la sombra a conveniencia, según el ángulo del sol a cada momento del día. Las más lujosas tenían mango de marfil o hueso tallado (aunque también las había con elaborada empuñadura de metal, eran menos frecuentes por el peso), y lucían como cubierta tejidos excepcionales, desde encajes de chantilly hasta bordados en seda. Se remataban con una o varias borlas de pasamanería, que colgaban del cordón de la empuñadura.

2. Mangas, manguitos, mitones y guantes
Los guantes blancos eran una forma de distinción social. A menudo se utilizaban pieles de animales jóvenes o tejidos en red que se adaptaban ciñéndose a los dedos. Porque las manos y pies pequeños eran dos símbolos de delicadeza y femineidad que las victorianas procuraban explotar todo lo que podían.
Durante el día los guantes de red negros adornaban la mano y el antebrazo hasta la altura de la manga. Servían para proteger a la vez que mostrar la blancura del dorso de la mano, al contrastar con el color del hilo de seda negro. Sus diseños bordados sobre la red daban un aspecto similar al de un fino tatuaje de encaje. Para facilitar los movimientos, a menudo se confeccionaban sin dedos, como mitones.
Como complemento a los escotados trajes de noche, las damas victorianas utilizaban guantes blancos largos realizados con piel de cordero. Los mejores estaban confeccionados con una o dos únicas piezas de material curtido y blanqueado, y llevaban unas costuras que prolongaban la línea de los dedos sobre el dorso de la mano. Llegaban hasta casi el hombro, o al menos la mitad del brazo, e iban completamente ceñidos.

3. Abanicos
En realidad eran mucho más que parasoles o complementos para mover el aire y refrescarse: los abanicos tenían su propio código, y según sus movimientos o posición podían transmitir un sinfín de emociones, impresiones y declaraciones sin necesidad de acercarse para hablar con alguien.
La apertura de algunos de los principales puertos del extremo oriente al comercio internacional propició que desde finales del XIX en Europa se viviera un auténtico delirio orientalista. En realidad este gusto por lo oriental ya tenía un precedente en el Rococó, que los victorianos consumían con pasión en revivals de todo tipo. Así los llamados “pay-pay” se importaron y produjeron en serie, popularizándose entre todas las clases sociales. Algunos de los más grandes se utilizaron incluso como pantalla para las chimeneas.

Muestran diferentes tipos de bonetes y tocados victorianos
4. Viseras, alas y volantes
Las mujeres victorianas se las apañaron para jugar a ver sin ser vistas, y no sólo como un juego de seducción, también en lo que se refiere a los rayos solares. Para ello ingeniaron tocados con viseritas, volantes, salientes, velos… que enmarcasen su cabeza, hombros y nuca, cubriéndolos sin aportar pesadez ¡todo un arte a contemplar en los sombreros victorianos!
Tutorial de maquillaje victoriano: en el tocador de la Reina Victoria
Cosméticos mortales: peligros del tocador victoriano
Las rutinas de belleza victorianas tenían pocos puntos en común con las actuales. Para empezar, no se puede hablar de tratamientos cosméticos tal y como los entendemos hoy, y reconocer que una se maquillaba estaba muy mal visto. En la mentalidad de la época perduraba la idea de que maquillarse era algo así como engañar, mentir a cerca de nuestra verdadera esencia modificando el aspecto exterior.
Menos mal que este pensamiento tan retrógrado no parece haber hecho mella, y quien más quien menos, todas las mujeres procuraban lucir su mejor aspecto. Los primeros «departamentos» de maquillaje en las recién nacidas galerías comerciales aparecieron a finales de la década de 1860 en Estados Unidos. En 1867 en Nueva York Harriet M. Fish patentó un rojo de labios y colorete a base de raíz de malva, remolacha, zumo de fresas y carmín, que prometía unos labios rosados de aspecto saludable.
Eso sí, como puedes ver más abajo, salud y bienestar estaban muy lejos de los objetivos reales del mundo cosmético victoriano. A la hora de maquillarse, los cuatro puntos a los que dedicaban mayor atención eran:
- La piel: siempre lisa, translúcida, tersa y a ser posible con un cierto efecto irisado. Este efecto se conseguía, entre otro métodos potenciando su palidez por contraste con el cabello y las cejas (que se delineaban y pintaban), utilizando complementos negros como gargantillas hechas con una cinta negra que se ceñía al cuello, mitones negros de encaje, o incluso vestidos blancos con rallas negras.
Los cosméticos iban desde inofensivos polvos de arroz hasta jabones blanqueadores compuestos a base de óxido de zinc (como los que se usan aún hoy en muchos cosméticos y protectores solares), talco, almidón… con los que se blanqueaba evitando crear una pasta sobre el cutis. Para ello el polvo se extendía con ligereza, tras haber preparado la piel con descongestionante y astringentes como el agua de flor de saúco. - Los ojos: debían ser grandes, brillantes y con el párpado superior grueso, cubriendo parte del iris. Las cejas y pestañas se fortalecían y peinaban con aceite de ricino.
La parte acuosa del ojo tenía que resultar muy blanca (un fabuloso descongestionante era la infusión de manzanilla aplicada en frío) y brillante, como si la persona estuviese a punto de soltar una lágrima. Los reflejos de luz en la zona vítrea trataban de potenciarse dotando al contono del rosto de una zona de sombra, que podía conseguirse con el peinado (los moños de las chicas Gibson son un buen ejemplo) o con un tocado.
Las pupilas dilatadas resultaban perfectas para potenciar el tipo de mirada más seductor entre las mujeres victorianas por dos motivos: visualmente eran un punto oscuro que contrastaba con la blancura generalizada del rostro; emocionalmente se entendían como un tipo de mirada profunda a la vez que un tanto desenfocada, perfecta para levantar un halo de misterio y dulzura de lo más romántico.
Por su parte los párpados se coloreaban marcando la línea de las pestañas con algún tipo de pigmento (el famoso köhl), y en las zonas del párpado móvil e inferior podían usar una sombra roja o rosácea, que de nuevo remarcaba el blanco del ojo y le daba un cierto aire lloroso, febril… - Las mejillas: con un rubor sutil pero más que marcado en contraste con el resto de la piel emblanquecida, las más jóvenes se pellizcaban para intentar sonrosarse de manera «natural», pero actices y damas optaban por soluciones a largo plazo, como polvos coloreados o colorante líquido. Los productos iban desdesde el vermellón, al polvo el zumo de remolacha hasta el tinte de cochinilla, de donde vendría el término «carmín» para referirse al pintalabios.
- Los labios: se preferían carnosos, con un extra de jugosidad y siempre sonrosados, pero paradógicamente desde el siglo XVIII estaba muy pero que muy mal visto pintarse los labios: por ejmeplo Sarah Bernard provocó todo un escándalo al aplicarse color a los labios en público en la década de 1880. Aún así, el arco de cupido era uno de los rasgos faciales más valorados y que trataba de resaltarse con los pintalabios victorianos. Igual que para las mejillas, se aplicaban con mesura para dar una sensación de «encarnación realista».
Los cosméticos labiales de fabricación casera eran una mezcla de sustancias grasas y colorantes animales o vegetales. Muchas mujeres recurrían a morderse los labios, o directamente a transferirles pigmentos, frotándolos con papel coloreado en rosa. De hecho desde 1880 Guerlain comercializó un pigmento en polvo que se aplicaba frotando la tapa con que se prensaba el producto sobre los labios. Sin duda su producto estrella fue el bálsamo labial a base de zumo de frutas y cera de abeja, vendido entre 1880 y 1910.
Pero a finales del XIX empezaron a producirse labiales de manera industrial, algunos de ellos con el polvo de cinabrio como componente principal: un peligroso mineral de lo más tóxico al estar compuesto esencialmente por mercurio. - El óvalo facial: el peinado, los tocados e incluso el escote del vestido y las joyas que se llevaban al cuello, servían para enmarcar la cara y generar una sensación de simetría. El óvalo se cercaba en la frente fijando mechones de pelo a su alrededor, y a partir de los ojos con volantes, guirnaldas de flores… Por último la barbilla se destacaba con la lazada de los bonetes, o proyectándola sobre el cuello.
Ya hemos anunciado algunas de las artimañas más peligrosas para conseguir ese aspecto pálido tan deseado entre las mujeres victorianas. Pues bien, lo cierto es que muchas de ellas en realidad no sabían hasta qué punto estaban poniendo en riesgo su salud al usar este tipo de “trucos”.

BAJO NINGÚN CONCEPTO utilices estos trucos de belleza victorianos.
Brillo en los ojos
Unos ojos acuosos y oscuros, capaces de capturar el más mínimo destello de luz y cuyo tono contrastase con la blancura del rostro, resultaban perfectos para las mujeres victorianas. La forma de conseguirlos era aplicar colirios que humectaban sin irritar, a la vez que dilataban las pupilas. Uno de los emblemas del maquillaje victoriano era el extracto de hojas de belladona.
Piel de marfil
Como si las anemias y purgas a base de sangrías no fueran suficientes, algunas mujeres victorianas usaban remedios orales y cosméticos para incrementar su palidez natural y tersura de su piel. Como complemento al maquillaje victoriano, se aplicaban sanguijuelas, dejaban de comer o bebían vinagre con el objetivo de liquidar sus glóbulos rojos.
En el maquillaje, el óxido de zinc estaba entre los pigmentos más populares para aclarar la tez sin emplastecerla como sucedía con los polvos de plomo usados hasta el XVIII ¡Benditos polvos de arroz! Las cremas de solimán, con mercurio y arsénico entre sus principales ingredientes, se habían usado desde el siglo XV en Europa, y encontraron junto a los cosméticos radioactivos (sí, tal cual) y las friegas con amoniaco y otros ácidos un espacio privilegiado en los tocadores victorianos.

Rubor
El principal cosmético para colorear (y nunca mejor dicho, porque se trataba de ponerlos colorados, es decir, rojos) mejillas, párpados y labios, era el cinabrio, compuesto de mercurio y azufre, además de otros productos que contenían plomo y antimonio. Este color, al igual que el blanco de plomo, se sacó directamente de la paleta de los pintores para aplicarlo sobre el rostro.
Tersura y suavidad
Algo tan inofensivo como un baño podía convertirse en un pozo del dolor cuando se usaba la corriente eléctrica para estimular los tejidos, los jabones de azufre y sulfuros, y el arsénico para propiciar la tersura de la piel: si el agua estaba caliente, además de por contacto penetraba en el cuerpo por inhalación.
Aliento fresco
Los enjuagues y blanqueadores dentales resultaban tan abrasivos como contraproducentes a la hora de mantener a raya las bacterias que provocan el mal aliento y las infecciones. En un mundo en el que las extracciones realizadas por barberos eran lo más parecido a un tratamiento odontológico, las pastas de dientes con azúcar, friegas del esmalte con cenizas y colocación de especias de clavo sobre los huecos de las caries, eran una constante.
Maquillaje victoriano: cosméticos naturales actuales, de inspiración victoriana
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Cosméticos victorianos: Reproducción de recetas históricas
Básicos de maquillaje victoriano: polvos blancos y carmín
Complementos de maquillaje victoriano: Pinceles, espejos y brochas
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