Los niños victorianos suelen llamar la atención del público general gracias a obras como Oliwer Twist de Charles Dickens donde se describe de forma cruda las malas condiciones que tenían los infantes de clase baja. Sin embargo, no Dickens no fue el único autor en mostrar estos problemas. Por ejemplo, en Jane Eyre de Charlotte Brontë podemos ver las malas condiciones de los internados en lo que es una descripción basada en sus propias experiencias personales.
Como es lógico, no todos los niños tenían malas condiciones. Los de clases acomodadas, al igual que sus padres, vivían en excelentes condiciones para los estándares de la época victoriana. Pero sea debido a la influencia de la literatura victoriana o a que los seres humanos somos morbosos por naturaleza, el principal interés de los lectores es conocer cómo vivían los niños victorianos que no pertenecían a familias pudientes.
Si tuviéramos que resumir las condiciones de aquellos chiquilos, hay una palabra que se impone sobre las demás: Trabajo.
El trabajo de los niños victorianos
En un momento histórico en el que se trataba de racionalizar el máximo la economía, los niños eran utlizados como una mano de obra barata y útil para trabajos realmente penosos.

Seguramente el más característico de ellos sea el de deshollinador. Aprovechando su pequeño tamaño, los niños podían descender por las chimeneas mientras las desatascaban y limpiaban. Como puede suponer el lector, los accidentes eran tan comunes, como los problemas de salud derivados de inspirar el hollín.
Aunque en nuestro imaginario el de deshollinador seguramente sea el trabajo más prominente. En la vida real de aquél momento la industria que estaba dando el do de pecho era la textil y, por supuesto, los niños trabajaban en ella. Según Lionel Rose en su obra The Erosion of Childhood in Britain, en 1861, un tercio de los niños victorianos de entre 5 y 9 años trabajaban y la proporción ascendía a más del 55 % entre los niños de 10 a 14 años.
Las regulaciones que prohibían el trabajo infantil surgieron a principios de los años 30, pero la necesidad de dinero hacía que tanto los niños como los padres siguieran buscando trabajo remunerado para los menores. De hecho, era habitual que unos y otros mintieran sobre su edad antes unos empleadores que estaban más que dispuestos a hacer la vista gorda.
En cuanto a la comida, los niños de clase baja tuvieron que conformarse con poca carne. Alimentos más habituales fueron: leche, gachas de cebolla, potaje de guisantes y similares.
Las enfemerdades eran habituales y la mortandad bastante alta. Algunas enfermades comunes fueron la tuberculosis, el sarampión, la viruela y el raquitismo. Además, las dolencias relacionadas con el hambre y las malas condiciones laborales también tuvieron una gran presencia.
El ocio
Los niños nunca dejan de ser niños y cuando tenían algo de tiempo, gustaban de jugar y entretenerse. En esta página puedes informarte más sobre los juguetes victorianos.
Al igual que ocurría con sus mayores, la separación por sexos era lo habitual. Mientras los niños hacían todo tipo de actividades, las niñas solían limitarse a juegos más pasivos. Al fin y al cabo, pese a lo muestren las películas y algunas pocas excepciones reales, la mujer victoriana debía limitarse, si quería ser respetable, a un rol contemplativo.
