La industria del encaje victoriano fue una de las más complejas en su evolución. Por un lado, el “chemical lace” conoció un desarrollo hasta entonces impensable, popularizando y haciendo accesibles los encajes victorianos a unos precios hasta entonces nunca vistos. Pero por otro, las encajeras tradicionales se vieron envueltas en una vorágine productiva que llevó al límite sus ingresos y su salud, al no poder competir con los encajes victorianos industriales.
¿Quieres ver algunos encajes victorianos? ¡Toca en la imagen para verlos en la tienda!
Historia del encaje victoriano
Durante la primera mitad del siglo XIX, en Reino Unido la yarda de encaje victoriano pasó de pagarse de 5 libras a 5 peniques. Considerado un producto de lujo hasta el momento, centros encajeros como Nottingham pasaron a convertirse en referentes mundiales que daban trabajo a miles de personas de manera directa o indirecta.
Su crecimiento como industria textil específica se debió tanto a la industrialización de sus procesos como a la creación de la moda tal y como la entendemos hoy en día (con “modas” que cambian cada temporada). Es cierto que la mecanización del encaje victoriano lo abarató y logró acercarlo a mucho más público, pero también supuso un cambio importante en su consideración y valoración que afectó directamente a su tradicional vertiente artesanal.
En cierta medida, el encaje de Nottingham “murió de éxito” cuando su popularización lo desprestigió como producto de lujo. Este tipo de encaje victoriano a máquina se distribuyó ampliamente, sobre todo en grandes piezas como cortinas, colchas, manteles… No se trataba tanto de una cuestión de calidad como de cantidad: había demasiado para que continuase siendo un producto exclusivo, uno de los requisitos intrínsecos del lujo.
Tras la Primera Guerra Mundial los gustos cambiaron, las tendencias en la moda también y con todo ello el encaje de Nottingham trató de volver a sus orígenes. Por otro lado, la situación para las encajeras manuales no mejoró, ya que en un momento de posguerra el encaje se consideró un lujo prescindible. La denominada Belle Epoque supuso un momento cúlmen a la vez que un último coletazo para el encaje victoriano, presente en ampulosas batas de noche, además de en impresionantes vestidos eduardianos para las jóvenes damas vestidas de blanco, que modelaban su figura con ajustadísimos corsets.
La situación de los trabajadores del encaje: en la fábrica y en el hogar.
Buena parte de lo que se sabe de las condiciones de los trabajadores del encaje de Nottingham durante la era victoriana se debe a que mediados del siglo XIX, Agnus B. Reach llevó a cabo un reportaje de investigación para The Morning Chronicle. Su conclusión general fue que en comparación con otras industrias, las condiciones de los encajeros eran relativamente buenas.
Por supuesto que aquellas fábricas de encaje, sus horarios y sus condiciones resultan absolutamente aborrecibles desde una mirada actual, incluso inhumanas. Basta mencionar que para amortizar los elevados costes de la maquinaria, los empresarios hacían todo lo posible para que sus “cualificados trabajadores” las mantuvieran produciendo el mayor número de horas diarias que fuera posible.
Esto hacía que las rotaciones entre operarios fuesen continuas, con turnos de noche agotadores y días de “descanso” que se pasaban durmiendo. Si una máquina requería de un ajuste o simplemente cambiaba de patrón para ajustarse a los gustos de la nueva temporada, la producción se detenía entre 3 y 15 días, que luego tenían que recuperarse si se quería mantener el salario mensual.
El encaje fue para muchos hogares una fuente de ingresos a la que recurrir ante situaciones desesperadas. Este lado oscuro de la industria del encaje se nutrió de la pobreza y condiciones de desigualdad de mujeres y niños, explotando su trabajo hasta límites extremos dentro de la ya de por sí inhumana industria textil victoriana.
En las fábricas, los trabajadores llegaban a cumplir con jornadas de hasta 12 horas. A los hombres se les asignaban las tareas mejor pagadas como operarios de las máquinas de encaje, mientras que mujeres y niños llevaban a cabo labores igualmente esenciales para la producción, pero consideras siempre secundarias y consecuentemente peor pagadas.
Además, algunas de estas “labores de mujeres” requerían de una especial habilidad. Por ejemplo, dentro de la industria de los encajes de Nottingham, las “rellenadoras” se encargaban de reparar minuciosamente cualquier tipo de falta o falla. Esto implicaba un uso maestro de la aguja, para evitar que el error se percibiera, con un importante sobreesfuerzo para sus ojos.
Este tipo de trabajos se realizaban tanto a pie de máquina como en los hogares. En este caso las condiciones eran incluso más penosas, ya que no existía un salario (se pagaba por pieza acabada) y las jornadas no conocían límites.
Encajes realizados por niños
La situación de explotación de los niños victorianos, que arrasó la vida de millones de personas durante la era victoriana, comenzaba apenas cumplidos los dos años dentro de la industria textil. Los niños eran contratados para llevar a cabo labores repetitivas, insalubres y que suponían un riesgo tanto para su salud como para su desarrollo, dejando importantes secuelas que les condenaban a una vida laboral de miserias.
Tanto la postura como el continuado esfuerzo de la vista que exigía la confección de encajes tenían repercusiones directas en el físico de mujeres y niños encajeros. A esto se unía un alto nivel de exigencia en cuanto a la calidad y una completa anulación, por parte de los intermediarios, de cualquier atisbo de derecho laboral o reconocimiento.
Los encajes victorianos hechos a mano
En torno a los grandes centros textiles ingleses y franceses, se establecieron redes de trabajo del encaje tradicional entre los hogares de las poblaciones cercanas. Las mujeres victorianas de familias campesinas tenían en el encaje una importante fuente de ingresos. “Importante” dada su situación de vulnerabilidad”, pero en realidad ridícula en cuanto a las cantidades que percibían.
El trabajo se organizaba de la siguiente manera: los “fabricantes” contrataban encargadas, en realidad intermediarias parcialmente asalariadas que recibían parte de su sueldo al entregar las piezas de encaje terminadas. Para la producción, estas encargadas ejercían como auténticas mafiosas, explotando al máximo a las encajeras y presionándolas para que les entregasen más encaje, en menos tiempo y por el menor costo posible. Su red de influencias se mantenía a través de las amenazas y constantes presiones, cuidándose mucho de revelar quiénes eran sus contratadores y los precios finales que recibían cuando entregaban los encajes para ser puestos a la venta.