La porcelana victoriana (a veces simplemente cerámica) fue uno de los bienes más apreciados por sus contemporáneos a la hora de dotar de confort el hogar.
Desde el siglo anterior, la porcelana había logrado un particular estatus entre las categorías del lujo. Durante la época victoriana los europeos trataron de descubrir los secretos de la loza china, para conseguir la transparencia, brillo y delicadeza de la porcelana asiática en sus propias fábricas. Lo lograron con más o menos fortuna, en un proceso similar al de la confección de sedas y, con la industrialización, trataron de acercar esta forma de arte a un público masivo.
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Con todo, la porcelana siguió entre los bienes importados de más categoría. No solo se trataba ya de exóticas piezas orientales: relojes, marcos, tinteros, juegos de escritorio o de boudoir al gusto europeo y producidos en fábricas alemanas o francesas estaban entre las más apreciadas. En su versión más popular trataron de mantener la misma estética pero variaron los materiales: cerámica en lugar de porcelana y diseños impresos en lugar de pintados. Lo cierto es que incluso con estas mermas llegaron a tales niveles de calidad, que las vajillas victorianas han terminado por perpetuarse en sus diseños hasta la actualidad.
En sus investigaciones para The Morning Chronicle en 1850, el periodista Angus Reach describió, además de las condiciones de los trabajadores del encaje victoriano, la de la industrialización de la cerámica y porcelana victoriana en la fábrica de cerámica de Wedgwood, en Etruria.
Por sus minuciosas crónicas respecto a las diferentes categorías de profesionales que ocupaban cada espacio y labor dentro de la empresa, se sabe además que la producción de vasos victorianos no era una de las más complejas. Los platos y fuentes parecen haber sido, por su morfología, bastante más difíciles, incluso cuando como el resto de piezas de alfarería se hacían a partir de moldes.
El proceso, en el que participan desde niños que separaban los pegotes de material hasta maestros alfareros especializados en cada diseño, con más de 7 años de formación, conllevaba los pasos tradicionales de modelado, secado y cocción en sesiones de hasta 50 horas. El esmaltado o ”dipping” era la parte del proceso más peligrosa e insalubre, debido a los efectos que causaban los vapores de materiales como el albayalde en contacto con el barro sobre el que se aplicaban, pero también al contacto directo con la piel del encargado del proceso.
Tras ser vidriadas y cocidas, las piezas de cerámica victoriana pasaban a manos de pintores y bruñidores dentro de los talleres de la propia fábrica o en empresas especializadas. La peligrosidad de su trabajo se debía, de nuevo, a su exposición continuada a las emanaciones y el contacto con trementina, derivados del alquitrán y todo tipo de pigmentos altamente tóxicos.
Servicio de té y café Coalport, 1830 Servicio victoriano para cena de procedencia austriaca Servicio para cena Wedgwood, modelo «Robert» original Antiguo servicio de cena francés de la marca Delinières & Cie Limoges Vajilla de desayuno de porcelana victoriana realizado en Staffordshire hacia 1835
Estos profesionales se encargaban tanto del mero coloreado de las imprimaciones de las piezas que contenían relieves, como del diseño y ejecución de patrones de todo tipo sobre las piezas en blanco. Hacia 1850, con el cambio del gusto del momento, que pasó de lo pictóricamente decorativo a la valoración de la forma desnuda, tuvieron que readaptarse para sobrevivir.
El último paso en el proceso era un postrero horneado para fijar los pigmentos, tras lo cual las piezas iban a la mesa de los bruñidores que se encargaban de sacar el brillo a las líneas de oro o plata de la decoración. En el caso de la porcelana victoriana con decoración impresa, los pasos eran los siguientes:
- Tras una primera cocción, el “bizcocho” se pasaba a la sección de impresión/sellado
- Se recorta el dibujo a aplicar, en un papel de seda que se sumerge en adhesivo para que no se mueva una vez puesto sobre la pieza.
- Con una impresora de planchas de cobre caliente, se les aplicaba el patrón a grabar en su superficie.
- Se frota la superficie con franela, para terminar de fijarlo y pulirlo
- Se sumerge la pieza ya impresa en agua caliente, de manera que el papel, que ya ha transferido el patrón, es eliminado.
Vasos y platos victorianos
El jarrón victoriano fue uno de los elementos decorativos clave de su época. Aunque siempre habían existido como un símbolo de estatus, las comodidades del interior de los hogares del XIX y la apertura del comercio con Asia dieron lugar al gran momento del jarrón.
Fueron muchas las piezas importadas, incluyendo espectaculares jarrones chinos y japoneses, además de auténticos jarrones antiguos de época romana traídos directamente de excavaciones arqueológicas para ser colocados sobre las repisas de las chimeneas de los hogares victorianos. Pero también hubo muchos centros locales de producción que decidieron crear sus propios “jarrones antiguos victorianos”
El jarrón victoriano se puso de moda hasta tal punto que en lugares de producción como Wedgwood de Etrutia (Staffordshire) adaptaron su producción para hacer frente a la extensa demanda de estas piezas, que se colocaban literalmente en el centro del hogar, enfilados sobre la chimenea. Tanto Wedgwood como otros fabricantes del momento pusieron todo su entusiasmo en crear revivals de modelos antiguos a partir de las fuentes arqueológicas conservadas y también de piezas de 200 y 300 años de antigüedad como las que aparecían en grabados de los siglos XVII y XVIII.
Entre los referentes más apreciados para la porcelana victoriana inglesa estuvieron los modelos decorados por el diseñador y miniaturista alemán Friedrich Kirschner (1748-1789) con hermosas y coloridas representaciones botánicas, tal y como las que mantenemos actualmente en nuestra retina cuando pensamos en la vajilla de porcelana victoriana. Muchas de estas piezas fueron producidas en Alemania en la fábrica de porcelana de Ludwigsburg, como parte de la obsesión por las vajillas de este material que llevó a las principales cortes europeas a fundar sus propias manufacturas reales o nacionales.
En el catálogo de piezas más apreciadas estaban los jarrones de basalto negro, en realidad un tipo de cerámica muy especial, producido a partir de las investigaciones de Josiah Wedgwood (1730-1795). Para la mezcla utilizó “Carr”, un óxido de hierro suspendido en agua que fluía en vetas imitando las piedras duras de tipo ágata presentes en los jarrones romanos.
En neorococó y el neoclasicismo se mantuvieron como tendencias estéticas en la producción de cerámica y porcelana victoriana, en paralelo a las piezas chinas, japonesas y en definitiva exóticas, como por ejemplo los jarrones de brillos dorados nazaríes hispanomusulmanes, o los platos y vasijas neomedievales. Esta estética tuvo su particular repercusión (también en lo formal) para la fabricación de azulejerías y yeserías.
Figuras de porcelana victoriana
Siguiendo la estela rococó, los victorianos continuaron con la creación de figuritas de porcelana, con personajes aislados, en escenas o incluso con alusiones a determinadas óperas o narraciones conocidas, exactamente como se había hecho en el 1700s.
El uso propagandístico de estas figuras en relación con la casa real y otros de los personajes políticos y sociales del momento, alcanzó durante la época victoriana un nivel hasta entonces nunca visto. Además de los platos conmemorativos (como los que se siguen haciendo con motivo de las coronaciones o enlaces reales), se crearon miles de pequeños bustos del Príncipe Albert, retratos ovalados de perfil siguiendo el modelo de los camafeos romanos… de nuevo con un marcado aire neoclasicista. En aquel momento (1830), la porcelana y la producción cerámica francesa superaban ampliamente en técnica, estética y calidad a la de Reino Unido, que en 1840 puso en práctica una serie de reformas para mejorar sus estándares de diseño.
Joyas de porcelana victoriana
Entre todos los camafeos, engastes, medallones, broches y joyas victorianas realizadas en porcelana, las pulseras de placas azules con relieve blanco de Wedgwood se han convertido en auténticos iconos del vintage. Producidas dentro de su serie de inspiración neoclásica, sus referentes están en famosos vasos de la Antigüedad Clásica. Tienen un tono azul muy reconocible y se componen siempre de pequeñas placas engastadas en guirnalda para dar lugar a pulseras, collares, colgantes o pendientes.